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#3 Vecinas de Valencia: Pérdida de patrimonio social


Vecina de Valencia en uno de sus ataques

Nuestra sociedad ha cambiado en los últimos años a un ritmo precipitado, gracias a ello hemos obtenido indudables avances como las cajas express en el supermercado o los filtros del perrito de Instagram. Pero también hemos sufrido una pérdida de calidad de vida inconscientemente. Ahora vivimos más, pero muchas veces peor. No nos referimos a la contaminación, ni al disparado consumo de medicamentos: hablamos de la sociabilidad.

En cincuenta años las ciudades han crecido. A base de hipotecas y cemento los antiguos corralones vecinales han pasado a convertirse en monstruos de ladrillo que, además de dejarnos la calle en sombra, nos han robado parte de nuestra identidad y de nuestra, cada vez más especialita, vida social. Hablamos de corralones, pero podríamos hacerlo de comunidades de casas, barrios obreros, barriadas de pescadores, comunidades de vecinos…

En 2018 oímos hablar a nuestras abuelas de puertas de casa que nunca se cerraban con llave, comidas de domingo con vecinos, sillas en las esquinas del pueblo en las noches de verano y patios compartidos. - Dios mío ¡Patios compartidos ¡¿Cómo voy a compartir yo ahora un patio con mi vecino si ha levantado un muro que ni la muralla china? - Pues sí amigos, este es el segundo de los problemas. En veinte años nuestras comunidades han perdido el corazón de las mismas: la convivencia. Ahora preferimos las casas cueva (las modas siempre vuelven), cajas fuertes de nuestro tiempo libre e individualidad. Nuestros vecinos han pasado de ser nuestros amigos más cercanos a aquellos seres molestos que nos roban el catálogo de Ikea del buzón y los que hacen obras a la hora de la siesta.

El hecho de referirnos a nuestros hogares como cajas fuertes no es casualidad. Nuestras puertas se han llenado de cerrojos, las ventanas con rejas, persianas y cortinas oscuras, ponemos muros dentro de nuestros balcones por si el vecino es un experto escalador y le da por venir a curiosear. Los rellanos donde nuestros padres o incluso nosotras jugábamos con los vecinos del quinto ahora son almacenes de bultos que no caben en casa. La mejor forma de salir de casa es por el ascensor al garaje y ahí coger el coche, evitando siempre las temidas escaleras. Los patios, aquellos que funcionaban como soportes de todo tipo de ocio en las tardes soleadas, ahora se han llenado de aluminio, vidrio y toldos que permiten hacernos una caverna mucho más espaciosa para el culto de nuestra codiciada privacidad.

Isabel y Vicenta, más conocidas como las vecinas de Valencia son, a su modo, uno de los resquicios de aquellas relaciones vecinales llevadas a nuestros días. Su bloque, convertido en campo de batalla es una mezcla entre las antiguas casas de vecinos y los nuevos anhelos de individualidad. Mujeres atrincheradas en su casa con pistola de agua en mano que no dudan en invadir el espacio común para atacar a la contraria. Una guerra santa entre vecinas donde los ángeles, la virgen y la laca toman un papel crucial para crearle a la pobre Isabel esos ‘’delirios que en este caso son reales’’ que la llevan por el camino de la amargura. Todo un ejemplo de vida vecinal.

¡Ay comunidades de vecinos cómo os echamos de menos!

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